EL ÚLTIMO DESEO DE DAVID REBOREDO


La injusticia fue su destino y se lo llevó en el peor momento. Cuando por fin se había liberado, con coraje y empeño, de las cadenas que esta vida puta le había impuesto. David se fue pero nos dejó una lección: podrás equivocarte mil veces, tropezar una tras otra con tus propias debilidades, pero nunca rendirte.
Recuerdo la última vez que lo vi, de forma fugaz, un día de lluvia y prisas. Paseaba distraido con Lili; sonrió al verme, con esa sonrisa tan suya de quien ha estado al filo de perderlo todo; aunque tardó unos segundos en reconocerme, unos segundos delatores de la enfermedad que se lo llevó finalmente.
Nos abrazamos como la primera vez, cuando logró el indulto. Sabía por su familia que los médicos tenían pocas esperanzas, que era cuestión de semanas. Pero él estaba feliz, no sé si porque no era consciente aún o porque lo era de forma irremediable.
La realidad le había puesto a prueba en muchas, quizá en demasiadas ocasiones. Tocó fondo y se volvió a levantar, tantas veces que ni él mismo lo recordaba. Sobrevivió a los tiempos oscuros, donde jugaban a la ruleta rusa y miraban con desdén a la muerte, que se escondía detrás de cada chuta.
Y cuando trataba de enmendar su pasado, de empezar de cero, de soñar de nuevo, le llegó la más injusta de las condenas. No estuvo sólo, porque los suyos nunca lo abandonaron. Así le ganó por última vez el pulso a la vida. David luchaba por su libertad, claro, pero en realidad luchaba por la de todos.
Una sociedad que permite encarcelar a quienes viven presos de sus errores se condena a sí misma. Y David se nos fue antes de que consiguiera ser un hombre libre, aunque ya no estuviera entre rejas. Pudo pasar sus últimos días en casa, rodeado del cariño de su familia, la misma que había unido a fuerza de equivocarse, la misma que movió cielo y tierra para salvarlo.
Recuerdo cuando le pregunté cual era su mayor deseo. “Ser libre al fin y que nadie pase por lo mismo que yo”, me dijo con seguridad. Lo primero, por desgracia, se ha cumplido de la más dramática de las formas. Pero lo segundo queda en nuestras manos. Si su muerte, si la muerte misma, tiene un sentido redentor, que lo sea para los miles de seres humanos, condenados y olvidados, por nuestros egoístas prejuicios y nuestra hipócrita indiferencia.
Descansa David y gracias

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